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IDENTIFICAR UN TEXTO DE DESCARTES

TEXTO 2.

El primero consistía en no admitir cosa alguna como verdadera si no se la había conocido evidentemente como tal. Es decir, con todo cuidado debía evitar la precipitación y la prevención, admitiendo exclusivamente en mis juicios aquello que se presentara tan clara y distintamente a mi espíritu que no tuviera motivo alguno para ponerlo en duda.

El segundo exigía que dividiese cada una de las dificultades a examinar en tantas parcelas como fuera posible y necesario para resolverlas más fácilmente.

El tercero requería conducir por orden mis reflexiones comenzando por los objetos más simples y más fácilmente cognoscibles, para ascender poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos, suponiendo inclusive un orden entre aquellos que no se preceden naturalmente los unos a los otros.

DESCARTES. Discurso del método.

 

 

Este texto pertenece al Discurso del método, obra autobiográfica en la que explica cómo conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. En esta obra fundamental en el nacimiento de la filosofía moderna, Descartes enuncia su proyecto filosófico de ciencia universal, su método basado en el uso de la razón y su metafísica de las tres sustancias.

Más precisamente, este texto pertenece a la segunda parte del Discurso, donde Descartes explica su proyecto filosófico de reforma del saber y creación de una ciencia universal a partir de un método de conocimiento inspirado en las matemáticas y compuesto de cuatro reglas, tres de las cuales aparecen en el texto que estamos comentando.

En efecto, la propuesta de Descartes consistirá en un nuevo método filosófico que se presenta como alternativa a los métodos antiguos. Su primera regla establece que este método debe permitir que avancemos con seguridad en el conocimiento. Para ello habrá que evitar dos errores: la "precipitación", esto es, ser tan confiados que tomemos por verdaderas ideas que son falsas; y la "prevención", esto es, ser tan desconfiados que caigamos en el escepticismo y demos por falsas ideas que son verdaderas. El método debe huir de estos extremos. 

Descartes buscó las claves de este método en las matemáticas y la lógica, dos saberes que habían progresado desde la Antigüedad con seguridad, a diferencia de la Metafísica, en crisis a raíz del nominalismo de Ockham, y de la Filosofía de la Naturaleza, también en crisis a raíz del heliocentrismo y de la nueva Física de Galileo. Finalmente, Descartes creyó encontrar las claves del método en el modo como los geómetras razonaban: ellos partían de ideas simples e iban avanzando poco a poco, enlazando unas ideas con otras y formando, de este modo, largas cadenas de razonamientos. De modo parecido, las reglas del método cartesiano nos invitan a usar nuestra razón siempre de un modo ordenado, dividiendo las dificultades en partes simples (segunda regla, llamada del "análisis") y conduciendo nuestros pensamientos ordenadamente desde lo simple a lo complejo (tercera regla, llamada de la "síntesis").

Las "ideas simples" a las que se refiere la tercera regla son las "ideas evidentes" que encontramos en la primera regla. Estas se caracterizan por que no pueden ponerse en duda (igual que ocurre con los axiomas y las definiciones de la geometría), y por ser claras y distintas. La "claridad" consiste en la evidencia interna, positiva (en lo que se afirma), es decir, considerando la idea en sí misma. La "distinción" consiste en la evidencia externa, negativa (en lo que se niega), es decir, considerando la idea en relación con otras ideas con las que podría confundirse. De aquí se sigue que una idea puede ser rechazada como dudosa bien porque sea "oscura" (lo contrario de clara), o bien por que sea "confusa" (lo contrario de distinta).

La única facultad cognoscitiva capaz de dudar y de decidir si una idea es lo suficientemente evidente, es decir, lo suficientemente clara y distinta como para admitirla y razonar a partir de ella, es la misma razón. En consecuencia se establece una jerarquía clara entre las facultades cognoscitivas: los sentidos proporcionan ideas de las que podemos dudar, mientras que la razón es la facultad encargada de dudar y de establecer la validez de nuestros conocimientos. Esta jerarquía de facultades permite calificar la filosofía de Descartes como racionalista.

Con estas tres reglas, de la evidencia, del análisis, de la síntesis, más una cuarta, de la enumeración (que no aparece en el texto), Descartes afirma que podemos enfrentarnos a cualquier problema o dificultad. En efecto, Descartes pensó que el método solo podía ser uno (a diferencia de hoy en día, que pensamos que los distintos saberes requieren distintas metodologías) pues, según el diagnóstico cartesiano, el error en el conocimiento procede de hacer un mal uso de la razón, tomando por verdaderas ideas que son falsas o tomando por falsas ideas que son verdaderas. La aplicación a todas las cuestiones de un único método dará como resultado un saber único, una "ciencia universal" que abarcará todos los saberes. La filosofía de Descartes aspira a dejar asentadas las bases de dicha ciencia.

Finalmente, debe observarse la originalidad del planteamiento filosófico de Descartes: él no comienza por preguntarse qué es la realidad, como hacía el Realismo antiguo, sino que se pregunta cómo obtener un conocimiento de la realidad que sea tan seguro como las matemáticas o la lógica. Esta nueva concepción de la actividad filosófica supone el comienzo del Idealismo filosófico y convierte a Descartes en el padre de la filosofía moderna.

 

 

TEXTO 9.

Y habiendo advertido que esta gran certeza que todo el mundo les atribuye, no está fundada sino que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla que anteriormente he expuesto, advertí que nada había en ellas que me asegurase de la existencia de su objeto. Así, por ejemplo, estimaba correcto que, suponiendo un triángulo, entonces era preciso que sus tres ángulos fuesen iguales a dos rectos; pero tal razonamiento no me aseguraba que existiese triángulo alguno en el mundo. Por el contrario, examinando de nuevo la idea que tenía de un Ser Perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en la misma de igual forma que en la del triángulo está comprendida la de que sus tres ángulos sean iguales a dos rectos o en la de una esfera que todas sus partes equidisten del centro e incluso con mayor evidencia. Y, en consecuencia, es por lo menos tan cierto que Dios, el Ser Perfecto, es o existe como lo pueda ser cualquier demostración de la geometría.

DESCARTES. Discurso del método.

 

Este texto pertenece al Discurso del método, obra autobiográfica en la que explica cómo conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. En esta obra fundamental en el nacimiento de la filosofía moderna, Descartes enuncia su proyecto filosófico de ciencia universal, su método basado en el uso de la razón y su metafísica de las tres sustancias.

En concreto, este texto pertenece a la cuarta parte del Discurso, en donde aplica la duda metódica y desarrolla su metafísica.

Una vez se ha intuido la existencia del “yo” y se ha demostrado la existencia de Dios, en este texto se “examina de nuevo” la idea que tiene de un Ser Perfecto: si es perfecto, entonces, debe existir. Se trata de la tercera demostración que presenta Descartes de la existencia de Dios: el argumento ontológico, tomado de Anselmo de Canterbury (s. XI).

El argumento ontológico se compara con dos demostraciones de la geometría: que la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos rectos, y que todos los puntos de una esfera equidistan del centro. El argumento ontológico es tan evidente como las demostraciones de la geometría.

Descartes compara el grado de evidencia de ambos razonamientos porque está aplicando la primera regla del método, la cual dice que solo debemos aceptar las ideas evidentes, esto es, las ideas que sean tan claras y distintas que no podamos dudar de ellas. Además, dicha comparación se justifica en que el método está inspirado en las matemáticas, de modo que Descartes toma como modelo de evidencias las que se dan en las demostraciones de la geometría: cualquier idea que sea al menos tan evidente como lo son las demostraciones de la geometría, tiene que ser verdad.

Sin embargo, observa Descartes, hay una diferencia fundamental entre ambos razonamientos: los razonamientos de la geometría no pueden garantizar la existencia real de ninguna figura geométrica y no tienen, por tanto, alcance metafísico. En otras palabras, las demostraciones de la geometría son igual de válidas tanto si existen las figuras geométricas como si no, pues dichas demostraciones no tratan sobre la existencia, sino sobre las propiedades matemáticas de las figuras geométricas. En cambio el argumento ontológico es un tipo de razonamiento totalmente distinto, pues pretende demostrar la existencia de una realidad que se encuentra más allá de mi mente, a saber, la de un ser perfecto (Dios).

Pero hay una diferencia más profunda aún: no podemos admitir ninguno de los teoremas de la geometría si no nos deshacemos antes del tercero de los motivos de la duda cartesiana, la duda sobre nuestra propia razón: puede que nos equivoquemos en todo lo que pensamos. Y dicha duda solo desaparecerá si demostramos que Dios existe y que es sumamente bueno y veraz, de modo que no nos ha creado para que vivamos engañados. Así es como Dios garantiza la validez de los razonamientos (incluidos los de la geometría), mientras que estos por sí mismos quedarían como dudosos si no demostramos antes la existencia del Ser Perfecto. De ahí que Descartes afirme al final del texto que la existencia de Dios es incluso más evidente que las demostraciones de la geometría.

Finalmente, cabe señalar que los otros motivos de la duda cartesiana (el engaño de los sentidos y la dificultad para distinguir entre el sueño y la vigilia) no bastarían para invalidar los razonamientos geométricos, pues su verdad se basa exclusivamente en la evidencia de la razón (no dependen de la experiencia, ni su validez se ve afectada porque estemos despiertos o dormidos).

 


TEXTO 10.

En fin, si aún hay hombres que no están suficientemente persuadidos de la existencia de Dios y de su alma en virtud de las razones aducidas por mí, deseo que sepan que todas las otras cosas, sobre las cuales piensan estar seguros, como de tener un cuerpo, de la existencia de astros, de una tierra y cosas semejantes, son menos ciertas. Pues, aunque se tenga una seguridad moral1 de la existencia de tales cosas, que es tal que, a no ser que se peque de extravagancia, no se puede dudar de las mismas, sin embargo, a no ser que se peque de falta de razón, cuando se trata de una certeza metafísica2, no se puede negar que sea razón suficiente para no estar enteramente seguro3 el haber constatado que es posible imaginarse de igual forma, estando dormido, que se tiene otro cuerpo, que se ven otros astros y otra tierra, sin que exista ninguno de tales seres.

DESCARTES. Discurso del método.

Aclaraciones:
1. “Moral” procede del latín “mos, moris”, que significa “costumbre”. La “seguridad moral” es la seguridad que tenemos por estar acostumbrados a contar con la existencia de todas esas cosas que percibimos con los sentidos.
2. “Certeza metafísica” significa certeza respecto a la existencia de alguna realidad.

3. Esto es, más allá de toda duda. La duda sobre el testimonio de los sentidos solo puede superarse si presuponemos la existencia de Dios, como dirá a continuación.

 

Este texto pertenece al Discurso del método, obra autobiográfica en la que explica cómo conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. En esta obra fundamental en el nacimiento de la filosofía moderna, Descartes enuncia su proyecto filosófico de ciencia universal, su método basado en el uso de la razón y su metafísica de las tres sustancias.

En concreto, este texto pertenece a la cuarta parte del Discurso, en donde aplica la duda metódica y desarrolla su metafísica.

En la Europa del siglo XVII nadie niega la existencia de Dios ni de su alma porque nadie defiende el materialismo ni el ateísmo. Interpreta mal las palabras de Descartes quien piense que se está refiriendo a estos. Las palabras de Descartes van dirigidas contra los que rechazaban la pretensión de la escolástica y del mismo Descartes de demostrar racionalmente la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. Estos son los nominalistas, los empiristas y los protestantes, los cuales afirmaban que dichas ideas solo se pueden sostener por la fe (“fideísmo”).

Para argumentar su postura, Descartes opone en el texto dos modos de conocimiento, la razón (“las razones aducidas por mí”) frente a los sentidos, que suponen dos clases distintas de seguridad:

  • Para los detractores de la escolástica y del racionalismo, las únicas ideas que conocemos con seguridad son las que proceden de los sentidos. Pero, dice Descartes, esa seguridad es solo “moral”, esto es, solo por costumbre ("moral" viene del latín "mor, moris", que significa "costumbre").
    • A la "seguridad moral" que nos proporcionan las ideas procedentes de los sentidos, opone Descartes la duda metódica: podrían ser imágenes de nuestros sueños. Por ello son "menos ciertas".
  • Frente a las ideas procedentes de los sentidos, Descartes afirma que hay ideas que son evidentes e indudables para la razón, como que existe Dios o que tenemos alma. Estas ideas, dice Descartes, son más ciertas de acuerdo al criterio de verdad establecido en su método.
    • El criterio de verdad cartesiano se expresa en la primera de las cuatro reglas que enuncia Descartes en la segunda parte del Discurso del método: la regla de la evidencia. De acuerdo con esta, únicamente admitiremos como verdaderas aquellas ideas que se presenten a nuestra mente de modo tan claro y distinto que no podamos ponerlas en duda.
  • Pero también hay quienes rechazan a la “certeza metafísica” que nos ofrecen “las razones aducidas” por Descartes. En efecto, muchos de los coetáneos a Descartes rechazarán la extravagancia de la duda cartesiana y, con ella, la propuesta metodológica de Descartes para reformar la filosofía y convertirla en una ciencia segura y universal.
    • Por un lado, los católicos difícilmente pueden aprobar una duda metódica que niega (aunque sea de modo fingido, provisional y teorético) todos los contenidos de la conciencia, incluidos los dogmas de la fe.
    • Por otro lado, los protestantes, nominalistas y empiristas, todos ellos partidarios del fideísmo, rechazan frontalmente la pretensión, primero de la escolástica y después del racionalismo, de demostrar racionalmente la existencia de Dios y del alma inmortal.
  • En resumen, Descartes defiende las conclusiones a las que ha llegado frente a sus críticos, principalmente los empiristas. Su argumento principal es que podemos dudar del testimonio de los sentidos, mientras que no parece fácil rebatir los argumentos basados en evidencias racionales. Solo quedan dos alternativas: o bien somos escépticos respecto a la razón, o bien aceptamos que la razón es capaz de proporcionar conocimientos verdaderos. El empirismo, opina Descartes, no es una alternativa.

 


TEXTO 11.

Pues ¿cómo podemos saber que los pensamientos tenidos en el sueño son más falsos que los otros, dado que frecuentemente no tienen vivacidad y claridad menor? Y aunque los ingenios más capaces estudien esta cuestión cuanto les plazca, no creo puedan dar razón alguna que sea suficiente para disipar esta duda, si no presuponen la existencia de Dios. Pues, en primer lugar, incluso lo que anteriormente he considerado como una regla (a saber: que lo concebido clara y distintamente es verdadero) no es válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. De donde se sigue que nuestras ideas o nociones, siendo seres reales1, que provienen de Dios, en todo aquello en lo que son claras y distintas, no pueden ser sino verdaderas.

DESCARTES. Discurso del método.

Aclaración:
1. Esto es, teniendo realidad objetiva.

 

Este texto pertenece al Discurso del método, obra autobiográfica en la que explica cómo conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. En esta obra fundamental en el nacimiento de la filosofía moderna, Descartes enuncia su proyecto filosófico de ciencia universal, su método basado en el uso de la razón y su metafísica de las tres sustancias.

En concreto, este texto pertenece a la cuarta parte del Discurso, en donde aplica la duda metódica y desarrolla su metafísica.

En este texto, Descartes repasa uno de los motivos de la duda metódica: que podemos confundir el sueño con estar despiertos. El motivo, afirma el filósofo, es que las ideas de los sueños pueden ser tan claras y vivaces como las que tenemos cuando estamos despiertos.

Concretamente, en este texto nos indica que ambos tipos de ideas pueden confundirse porque pueden darse con igual vivacidad. Sin embargo, "claras y vivaces" no es lo mismo que "claras y distintas", es decir, que las ideas de los sueños serán, necesariamente, menos "distintas", más confusas, que las ideas que tenemos cuando estamos despiertos y son, por tanto, "menos seguras". Y debe recordarse que, de acuerdo con la primera regla del método, la regla de la evidencia, solo podemos aceptar las ideas que se presenten al espiritu tan clara y distintamente que no podamos dudar de ellas.

El filósofo concluía de su duda, al principio de la cuarta parte del Discurso, que hay que rechazar todas las ideas de la mente que no fueran claras y distintas, porque podrían tener su origen en nuestros sueños.

Tras aplicar la duda metódica, Descartes descubrió una serie de ideas claras y distintas: la existencia del sujeto pensante y de Dios. Ahora, en este texto, Descartes da un paso más allá:  Dios no nos ha hecho para que vivamos engañados, pues él es perfecto y todo lo que hay en nosotros procede de él. Por tanto, las ideas claras y distintas, "no pueden ser sino verdaderas". En otras palabras, el texto argumenta que no podemos asegurar que las ideas claras y distintas son más verdaderas que las ideas de los sueños a no ser que aceptemos que Dios existe. La duda metódica sobre la confusión entre el sueño y la vigilia no puede eliminarse de otro modo que suponiendo la existencia de Dios.

 


TEXTO 12.

Pues, bien, estemos en estado de vigilia o bien durmamos, jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón. Y es preciso señalar, que yo afirmo, de nuestra razón y no de nuestra imaginación o de nuestros sentidos, pues, aunque vemos el sol muy claramente no debemos juzgar por ello que no posea sino el tamaño con que lo vemos y fácilmente podemos imaginar con cierta claridad una cabeza de león unida al cuerpo de una cabra sin que sea preciso concluir que exista en el mundo una quimera, pues la razón no nos dicta que lo que vemos o imaginamos de este modo, sea verdadero. Por el contrario, nos dicta que todas nuestras ideas o nociones deben tener algún fundamento de verdad, pues no sería posible que Dios, que es sumamente perfecto y veraz, las haya puesto en nosotros careciendo del mismo.

DESCARTES. Discurso del método.

 

Este texto pertenece al Discurso del método, obra autobiográfica en la que explica cómo conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las ciencias. En esta obra fundamental en el nacimiento de la filosofía moderna, Descartes enuncia su proyecto filosófico de ciencia universal, su método basado en el uso de la razón y su metafísica de las tres sustancias.

En concreto, este texto pertenece a la cuarta parte del Discurso, en donde aplica la duda metódica y desarrolla su metafísica.

En el texto se mencionan tres facultades cognoscitivas, la imaginación, los sentidos y la razón, y se habla de dos posibles estados de conciencia, estar despiertos (“en estado de vigilia”) y estar dormidos. Todas nuestras ideas proceden de estas facultades y de estos estados, encontrándonos con el problema de distinguir cuáles de estas ideas son verdaderas.

La función de los sentidos es proporcionarnos sensaciones, las cuales pueden corresponder a la realidad o no. El texto pone el ejemplo de cuando vemos el tamaño aparente del Sol: en este caso, los sentidos nos engañan.

La función de la imaginación es proporcionarnos ideas que no corresponden a la realidad, si bien se basan en ella. Pone el ejemplo de una quimera. Por otro lado, las ideas que producimos en nuestros sueños también son fruto, la mayor parte de las veces, de la imaginación.

La función de la razón es intuir ideas innatas y deducir a partir de estas nuevas ideas evidentes, que son las únicas que podemos tomar por verdaderas de acuerdo a la primera regla del método. Pero en este texto nos habla de otra función especial en relación a las otras facultades mencionadas: la razón es el tribunal que “dicta” sentencia sobre la verdad o falsedad de nuestras ideas. En efecto, de acuerdo a la primera regla del método, serán verdaderas aquellas ideas que se presenten en nuestro espíritu con claridad y distinción, es decir, con evidencia, de modo que no podamos ponerlas en duda.

Ahora bien, si solo dispusiéramos de este criterio, como pasaba en los primeros pasajes de la cuarta parte del Discurso, habría que declarar dudosas y, por tanto, provisionalmente falsas todas las ideas en general, sea cual sea su origen. En el tribunal de la razón, solo se salvaría la idea que el yo, que debe existir como sujeto que piensa.

Sin embargo, puesto que Descartes demostró la existencia de Dios y también dedujo que debía ser “sumamente perfecto y veraz”, como dice el texto, acabó deduciendo, finalmente, que todas las ideas del yo “deben tener algún fundamento de verdad”.

Con ello regresamos a las tres facultades del principio. Todas ellas deben tener algún “fundamento de verdad”, incluso la imaginación, y también incluso cuando dormimos: podemos tener ideas erróneas sobre el mundo porque somos seres imperfectos, pero no podemos dudar de que el mundo existe, pues Dios no nos ha creado para que vivamos totalmente engañados.

De este modo, restablecemos parcialmente la confianza en los sentidos: Dios garantiza que las ideas evidentes (claras y distintas) deben ser, además de ciertas (confiamos en ellas), verdad (corresponden a la realidad). En cambio, las ideas oscuras y confusas son dudosas y, por tanto, no podemos fiarnos de ellas. En otras palabras, Dios garantiza la validez de las reglas establecidas en el método cartesiano. La certeza que establecía el método, que era solo subjetiva (se basaba en la confianza que deposita el sujeto en las ideas evidentes) se vuelve ahora objetiva: las ideas evidentes tienen que ser verdaderas, pues Dios, que es sumamente perfecto y veraz, no nos ha podido hacer a nosotros de modo que vivamos engañados.

Al depositar en la razón la tarea de juzgar sobre la verdad o falsedad de nuestras ideas, Descartes inaugura una nueva filosofía, el Racionalismo, que bien podría resumirse en esta frase del texto: “jamás debemos dejarnos persuadir sino por la evidencia de nuestra razón”. A esta filosofía se opuso el Empirismo, que sostendría un criterio de verdad opuesto, a saber, que solo podemos fiarnos de las ideas que proceden de nuestros sentidos. El texto que estamos comentando es una muestra clara de la tensión entre ambas posturas.

 

 

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1

Procedimiento financiado por el Ministerio de Educación y Formación Profesional y la Unión Europea-NextGenerationEU, en el marco del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia.

 

1


2

Las actuaciones y medidas preventivas desarrolladas están financiadas por el Ministerio de Presidencia, Relaciones con las Cortes e Igualdad para el desarrollo del Pacto de Estado.

3

Las retribuciones del Profesorado de este centro que imparte las enseñanzas detalladas a continuación son cofinanciadas a través del Programa Operativo Fondo Social Europeo 2014-2020:
• Formación Profesional Básica.
• Nuevos Ciclos de Formación Profesional.
• Nuevos itinerarios de ESO.
• Pedagogía Terapéutica.

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